SURGIÓ DEL AGUA

Mamá se opuso desde el principio. «Los monos de agua no son más que un timo de la venta por catálogo», me advirtió. Pero cuando los vio surgir de los polvos disueltos en la vieja pecera de Nemo, ya no estuvo tan segura. Poco a poco, todos fueron muriendo excepto uno, diminuto y feroz, que devoró los cadáveres de sus congéneres y pegaba su carita horrenda al cristal. Reía… juro que reía.

Hoy, a pesar de que ha tapado las ventas de su casita submarina, lo he vuelto a ver. Si pego la oreja al vidrio, escucho ruidos metálicos y chirridos. Mamá tenía razón. Cuando acabe con él, tiraré de la cadena.




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